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SER SÚBDITO.

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Han salido las memorias del emérito. Francamente, querida, me importan un bledo. Nunca he comprendido la pleitesía por descendencia, por sangre azul, ni la mamporrería de la plebe hacia un mortal al que consideran inviolable y superior solo por ese hecho, dando por sentada su propia inferioridad ante esa supuesta eminencia. —“Está mal, pero no podía dejar de aceptar cien millones de dólares en comisiones...” Si tus vasallos supuestamente te otorgan ese poder solo exigiéndote ejemplaridad, y ni eso das, entonces... ¿Qué mereces? No me entra en la cabeza que haya acólitos que aún le aplaudan después de leer semejante bazofia. No necesitas corona ni monarca. Para ser súbdito basta con obedecer sin pensar,  con aplaudir lo que no se entiende, con repetir los panfletos que te dictan sin preguntarte por qué,  o arrodillarte ante un mortal. Ser súbdito es elegir la comodidad del rebaño  antes que el vértigo de la pregunta. Es confundir sentencia con justicia,  noticia con v...

GRACIAS.

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Esta mañana visitamos a una amiga ingresada en un hospital público. Lleva allí varios días. En esas habitaciones de paredes, batas blancas y horas eternas, donde el tiempo se dilata y el cuerpo paciente espera, una visita no es solo cortesía: es la afirmación de un vínculo, de humanidad compartida. A su lado, una joven vestida con colores vivos se quejaba sin parar. Las enfermeras acudían una y otra vez con calmantes. Nuestra amiga nos contó que, por complicaciones de la diabetes, quizá deban amputarle varios dedos del pie. Una enfermera, con hiyab, intentaba comunicarse con ella en inglés. La paciente apenas comprendía.  Más tarde llegó su pareja. Hablaban entre ellos en su idioma.  Nuestra amiga nos dijo que, por lo visto, llevan años viviendo aquí, pero no hablan ni castellano ni catalán. Entonces surgió la pregunta: ¿Puede alguien vivir durante años en un país sin aprender su lengua?   ¿Puede recibir cuidados, ocupar espacio, beneficiarse de lo común, sin hacer e...

PALABRAS NECIAS.

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Faltaba todavía demasiado para que la meta siquiera se intuyera. Desde abajo, una multitud sin rostro definido pero como una sola voz gritaba:   “Es inútil.” “Es imposible.” “Ríndete.” “Déjalo.” “No llegarás.” "No podrás ." Muchos de los que habían empezado la ascensión —jóvenes, neófitos, valientes— y que al comenzar, creían que podrían , empezaron a dudar.   No por falta de ganas. Por exceso de voces. Cada juicio, una grieta en la voluntad. Cada grito, un grado más de inclinación. Cada palabra, una piedra más en el camino. Pero no en su zapato. En su corazón donde pesaba más. Y uno a uno, se rendían. No por estar agotados. Por dejar en su mente un espacio para el ruido. La multitud los recibía y los calmaba:   “No pasa nada.” “Hiciste lo que cualquiera haría.” “Era imposible.” Obedecieron a la mayoría.   Y eso parecía lo correcto. Pero hubo uno que no aceptó. Solo uno siguió.   Paso a paso. Seguro. Convencido. Sin testigos. Sin aplausos. Sin permiso. ...

SIEMPRE VA BIEN.

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El mundo de los influencers es vasto, variado y, en ocasiones, delirante.  Entre tutoriales de maquillaje, recetas que parecen más bien proyectos de arquitectura o entrenamientos que te aseguran que cualquiera puede lucir tabletas de chocolate en solo dos semanas, hay un rincón muy particular: el de los que enseñan su EDC.  El unboxing de sus mochilas. Esos objetos imprescindibles que, según ellos, nunca deberíamos abandonar nuestra casa sin llevar encima.  Y no, no estamos hablando del teléfono móvil, sino de una colección de artilugios que harían sonrojar al mismísimo MacGyver. EDC,que para los neófitos, se refiere a lo que llevas encima en tu día a día para estar "preparado para todo".  En su versión básica, tiene sentido: powerbanks portátiles, linternas, esas cosas prácticas que cualquiera podría considerar útiles.  Hasta aquí, todo correcto. Después de todo,  ¿quién no ha necesitado un poco de batería extra cuando el móvil está al 5% y aún quedan hora...

HOY NO.

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  En casa, hasta los duelos más pequeños enseñan las cosas más grandes. Hace un tiempo se nos murió una mascota.  Era un jerbo: pequeño, nervioso, que al principio buscaba las manos con desconfianza hasta que se acostumbró a dormir sobre ellas. Un día, no se despertó. Se lo contamos a los críos en el salón, sentados en el sofá con la jaula vacía.  Paula tenía apenas nueve años y aguantaba la taza del colacao como si fuera una boya en medio de un agitado océano. Lloraba a moco tendido sin dejar de mirarla. —Cariño, Trastet ha muerto —le dije despacio. Ha sido muy feliz con nosotros y nosotros con él.  Recordaremos siempre los buenos ratos.   —¿Entiendes, peque, que desde que llegó a casa, algún día tenía que pasar esto?  —añadí, torpe con las explicaciones. Ella me miró, colocó la taza en la mesa, se levantó y sin teatralidad, dijo:   Sí. Pero hoy no . Mientras abrazaba la jaula.  Se hizo un silencio que no necesitó palabras.  Fue —quizá— la r...

DONDE NO ME QUIEREN.

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A mí me enseñaron de pequeño, que donde no seas bienvenido, mejor no te presentes. Y con el tiempo he comprendido que eso no es rendirse, es tener criterio. Un derecho no te obliga a nada. Cada cual tiene el mismo derecho para hacer lo que desee donde quiera. Siempre y cuando, obviamente ello este dentro de los parámetros de convivencia habituales. Pero si esa presencia donde sabes que no eres bien recibido intuyes que va a provocar conflicto y alterar la paz normal, entonces amigo, no estás ejerciendo ningún derecho: estás provocando. Simple y llanamente. Hay quien confunde libertad con invasión, opinión con ruido, presencia con poder.   Y ahí empieza el fascismo cotidiano: esa pulsión de ir donde sabes que no te quieren, no para dialogar, sino para provocar. Van, graban, provocan, esperan la reacción y se disfrazan de víctimas.   Dicen “ nos censuran ”, cuando en realidad solo les están diciendo que su odio, ahí no cabe. Se llaman patriotas, pero no aman nada.   So...

PREGUNTAS AL MAESTRO ARMERO.

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Ninguna historia está perdida, solo espera que alguien la escuche y la haga palabra. Durante años su nombre fue apenas un murmullo. Un eco en las sobremesas, una sombra en los recuerdos. Joan Velilla Costa . Nada más. Un nombre que el tiempo había dejado flotando entre cartas y silencios, como si se resistiera a desaparecer del todo. Nació en Barcelona , en una época que ya huele a fotografía sepia. Era alto y fuerte. Estudió para mecánico tornero .  Era el pequeño de la familia, junto sus dos hermanas Carmen y Joana y s us padres Maria Costa Llaunés, de  Mora d'Ebre y Santos Castellano Murillo, de la provincia de Huesca.  Vivían en Barcelona, frente a la Sagrada família.  Su novia de siempre, María  Solanot . El destino parecía escrito, hasta que estalló la guerra . A los dieciocho años lo llamaron a filas. La Quinta del Biberón .  Ascendió a teniente . Su oficio: armero, mantener vivas las armas de un ejército que ya se desangraba.   Cuando todo aca...