GRACIAS.
Esta mañana visitamos a una amiga ingresada en un hospital público.
Lleva allí varios días.
En esas habitaciones de paredes, batas blancas y horas eternas, donde el tiempo se dilata y el cuerpo paciente espera, una visita no es solo cortesía: es la afirmación de un vínculo, de humanidad compartida.
A su lado, una joven vestida con colores vivos se quejaba sin parar.
Las enfermeras acudían una y otra vez con calmantes.
Nuestra amiga nos contó que, por complicaciones de la diabetes, quizá deban amputarle varios dedos del pie.
Una enfermera, con hiyab, intentaba comunicarse con ella en inglés. La paciente apenas comprendía.
Más tarde llegó su pareja. Hablaban entre ellos en su idioma.
Nuestra amiga nos dijo que, por lo visto, llevan años viviendo aquí, pero no hablan ni castellano ni catalán.
Entonces surgió la pregunta:
¿Puede alguien vivir durante años en un país sin aprender su lengua?
¿Puede recibir cuidados, ocupar espacio, beneficiarse de lo común, sin hacer el mínimo gesto de integración?
No se trata de xenofobia. No se trata de cerrar puertas. Se trata de respeto.
¿Quien sabe si, quizás debido a esa incomunicación se le agravó su enfermedad por falta de un tratamiento a tiempo ?
Respeto por quienes te acogen.
Respeto por quienes te atienden.
Respeto por quienes comparten contigo el pan, el aire, el sistema de salud, la escuela, la calle.
Integrarse no es una opción estética. Es una obligación ética.
Nuestra amiga comentó que su hija está en Australia por trabajo.
Para entrar allí exigen visado de estudios o trabajo, nivel básico de inglés, ingresos suficientes, seguro médico y billete de ida y vuelta. Un país democrático y razonable con medidas y controles a juego.
La lengua es el primer umbral. El más básico. El más humano.
No basta con estar. Hay que habitar.
No basta con recibir. Hay que corresponder.
—Hola. Adiós. Buenas tardes. Gracias.
No se exige perfección. Se exige voluntad.
No se pide que nadie renuncie a su identidad.
Se pide que reconozca la del otro.
Porque sin lengua común no hay vínculo.
Y sin vínculo, lo que queda no es convivencia: es solo servicio. Comercio. Fragmento. Aislamiento.
La sociedad no debería ser solo un conjunto de individuos. Es un pacto.
Y todo pacto se escribe en una lengua.
Quien viene, debería aprender a nombrar el lugar que lo acoge.
No por sumisión, sino por dignidad.
Por respeto.
Porque sin respeto, no hay nosotros.
El debate puede seguir sobre el tipo de inmigración. Un control mínimo para quien lo hace en modo convencional. Y obviamente ofrecer ayuda humanitaria a quien llega repudiado por guerras o hambre. Pero incluso entonces, exigir un mínimo gesto de reciprocidad no es crueldad: es justicia compartida.
Empatía y respeto.
Comentamos también sobre la experiencia de una conocida común que estudió en Barcelona ejerce como ilustre bioquímica en Canadá.
Otro tipo de emigración que confirma una nefasta inversión.
Porque esta mañana, en esa habitación blanca, comprendí que el idioma también es una especie de abrazo.
Aunque un gemido o un llanto sean universales, un “gracias” puede ser eterno.
#IdiomaComoAbrazo
#IntegraciónConDignidad
#RespetoMutuo
#ConvivenciaResponsable

Comentarios
Publicar un comentario