HOY NO.
En casa, hasta los duelos más pequeños enseñan las cosas más grandes.
Hace un tiempo se nos murió una mascota.
Era un jerbo: pequeño, nervioso, que al principio buscaba las manos con desconfianza hasta que se acostumbró a dormir sobre ellas.
Un día, no se despertó.
Se lo contamos a los críos en el salón, sentados en el sofá con la jaula vacía.
Paula tenía apenas nueve años y aguantaba la taza del colacao como si fuera una boya en medio de un agitado océano.
Lloraba a moco tendido sin dejar de mirarla.
—Cariño, Trastet ha muerto —le dije despacio.
Ha sido muy feliz con nosotros y nosotros con él.
Recordaremos siempre los buenos ratos.
—¿Entiendes, peque, que desde que llegó a casa, algún día tenía que pasar esto?
—añadí, torpe con las explicaciones.
—Cariño, Trastet ha muerto —le dije despacio.
Ha sido muy feliz con nosotros y nosotros con él.
Recordaremos siempre los buenos ratos.
—¿Entiendes, peque, que desde que llegó a casa, algún día tenía que pasar esto?
—añadí, torpe con las explicaciones.
Ella me miró, colocó la taza en la mesa, se levantó y sin teatralidad, dijo:
Sí. Pero hoy no.
Mientras abrazaba la jaula.
Se hizo un silencio que no necesitó palabras.
Fue —quizá— la respuesta ante el duelo, más dulce, sencilla compleja apasionante e inocente que nunca jamás haya escuchado.
Los niños entienden la vida con el corazón.
Hay hechos que por mucho que la razón acepte, simplemente no caben.
Sus formas de decir:
-" Déjame sentirlo un poquito más "
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