EL HOMBRE QUE MURIÓ DOS VECES.
Un vecino alertó de problemas en una terraza.
Los bomberos accedieron a la vivienda y descubrieron el macabro espectáculo.
Un esqueleto entre insectos y palomas muertas.
Dicen que llevaba muerto al menos quince años.
Me parece horripilante el suceso.
Digno del guion de horror más escabroso que nadie pudiera imaginar.
Un hombre murió solo en su piso.
Hace quince años.
Y nadie lo echó en falta.
Nadie se preocupó. Nadie lo notó.
Tenía hijos.Tenía vecinos. Pero sin relación.
Tuvo deudas. Le embargaron.
Se puso al día. Y el sistema le dio por resuelto.
Solo se acuerdan de ti cuando no pagas.
O para ofrecerte algo en lo que gastar tus miserias: vendiendote sensaciones, crecimiento o emoción.
Para lo demás, eres un zombi.
Hace tiempo que estás muerto.
Por indiferencia. Por sistema.
Por esa maquinaria que confunde presencia con trámite.
Vida con saldo. Relación con interés.
El cuerpo fue descubierto por humedad.
Por olor. Por molestia técnica.
Fue la naturaleza quien lo descubrió, no el afecto.
¿Vecinos? ¿Comunidad? ¿Sociedad?
No.
Este no es un caso. Es un síntoma.
Una radiografía. Una advertencia.
Vivimos en edificios donde nadie sabe quién vive al lado.
Diseñamos ciudades para la eficiencia, para el turismo, para la caja, para el negocio. No para el encuentro.
Y cuando alguien muere, no lo notamos.
Porque ya estaba muerto para nosotros antes de morir.
Y ahora las Marías cuchichean:
—“Ya decía yo que olía mal…”
—“Pensaba que estaba en una residencia…”
—“Ya me extrañaba, hacía tiempo que no lo veía…”
Patético.
Ahora está en boca de todos, y durante este tiempo no estuvo en los abrazos de nadie.
Penoso.
Quince años muerto.
Se dice pronto. Y nadie lo notó.
Porque nadie lo necesitaba.
Porque nadie lo deseaba.
Porque nadie lo recordaba.
Porque a nadie le preocupaba.
Porque a nadie le servía.
Este es el retrato de lo que somos:
una sociedad que no reconoce a los vivos
hasta que molestan como cadáveres.
Y a la que le molestan los muertos
solo si no pagan.
Deberíamos acostumbrarnos a tocarnos más antes que el olor nos obligue a mirarnos mal.
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