PASIÓN.

En una de nuestras primeras vacaciones en Cantabria fuimos a visitar una cueva.

El guía era un tipo simpático con gafas redondas, pinta de profe despistado, camisa de cuadros y chaleco color Sahara.


Después de reunir al grupo y previa presentación de lo que sería el recorrido y lo que veríamos, iniciamos el ascenso hasta la entrada de la boca de la gruta. 

Él iba el primero, y el grupo, en fila, lo seguíamos. 

Nos deteníamos cada cierto tiempo, donde nos explicaba algún detalle importante de la cavidad. 

Una estalactita por aquí. 

Una estalagmita por allá. 


Caminábamos por un sendero de tierra y piedras sueltas. 

Estrecho, oscuro, húmedo y resbaladizo. 


Unos cientos de metros más adentro, llegamos a una gran bóveda. 

La única luz era la de la linterna del guía. 

La humedad y el frescor del ambiente se unían para crear una atmósfera única. 

En la sala nos explicó el contexto del momento con un tono, una pasión, unas expresiones y gestos que te metían automáticamente de lleno en la escena y te sentías un Homo Sapiens tumbado en el suelo, mezclando pigmentos ocres con tierra y sangre con la ayuda del tenue destello anaranjado de una rudimentaria lámpara de grasa y con mechas de crines pintando con los dedos en las paredes de roca, la silueta de una cierva. 

Quizás formando parte de un ritual chamánico. 

No solo nos relató las características del dibujo, en el cual el autor aprovechaba la rugosidad de la piedra para captar detalles anatómicos del animal, sino que dependiendo de como le llegaba la bamboleante luz de la linterna, incluso parecía respirar.

Además, nos amplió la explicación, describiéndonos exhaustiva y detalladamente el paisaje de la época, la fauna el clima, las costumbres del grupo, hasta casi los sonidos y olores.


El modo que tenía el tipo de explicarlo, sus gestos, sus expresiones, su tono en aquel ambiente lugubre con la sombra oscilante del destello de la linterna junto el eco de su voz, te transportaba a aquel tiempo. 

Lo vivías de un modo impresionante. 

Hasta los murciélagos le hacían la ola.

Era un plus añadido al precio de la entrada. 

Con el puntero láser señalaba la figura en la piedra, los movimientos representados del animal.

Incluso recuerdo a la salida, me imaginé el paisaje nevado esperando el salto de algún Oso de las Cavernas agazapado tras la maleza.

Nunca olvidé aquella experiencia y la importancia de la forma de relatar. 


Años más tarde estábamos por Teruel.

Una tarde llenando hueco decidimos llevar a los críos a Dinópolis.


Entramos en una sala donde exhibían un documental sobre dinosaurios y un tipo con uniforme corporativo y un micro, iba poniendo voz a la escena.

Recitando un guión, que seguramente había repetido decenas de veces durante el día, como si leyera el manual de instrucciones del microondas.

Aunque las imágenes eran interesantes, fue tan anodino soporífero e insoportable su monólogo que, literalmente me quedé frito. 

Tampoco olvidé aquel modo tan insípido de exponer algo. 


Entendí la diferencia entre escuchar algo narcotizante de algo inolvidable. 


En un relato las piedras recitaban historia, mientras en otro los dinosaurios bostezaban.


Pasión.


#NarrarConAlma

#HistoriasQueMarcan

#PasiónQueInspira

#VivirConPasión



Comentarios

  1. Qué razón!!
    Qué diferencia en cómo te lo explican, lo vives, parece que te transporta al paleolítico!!!
    En cambio Teruel parecía una momia actual

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