LOS DUEÑOS DEL ASFALTO.
Sales a rodar en moto. Tranquilo.Te has ganado tu paseo.
Buen día, asfalto limpio, casco bien abrochado y la esperanza de que hoy nadie estropee ese pequeño momento de libertad.
Pero no.
Zas.
Patrulla a la vista.
Ciclistas en paralelo.
O puede que en formación estilo natación sincronizada. Imperturbables.
Inamovibles.
Como si fueran una columna romana con derecho divino sobre la vía pública.
Van a su ritmo pero ocupan el carril entero, como si lo hubieran escriturado.
Y tú —que pagas seguro, ITV, impuestos, casco, gasolina,- ahí estás: parado detrás, esperando como un siervo medieval a que Su Majestad Lycra decida, si le parece bien, apartarse.
Spoiler: no lo hará.
Porque existe un nuevo tipo de ciclista que no circula: desfila.
Y no es que lo hagan.
Es que se creen con derecho a hacerlo.
Han confundido la tolerancia legal con un dogma sagrado.
No usan la carretera: se creen la carretera.
Unas carreteras, que por cierto, no se hicieron para bicicletas.
No son carriles bici.
No están pensadas para circular a 12 km/h en paralelo por comarcales estrechas sin arcén. Pero da igual.
Han tomado la parte por el todo.
Como se les ha permitido circular, ahora se comportan como si el resto del tráfico fuera una molestia para ellos.
Un estorbo.
Vehículos secundarios en su parque temático personal.
Tú pasas cerca: criminal
Ellos bloquean medio kilómetro de coches: deporte
Tú protestas: agresivo.
Ellos te ignoran: “están en su derecho”.
Tú circulas: contaminas.
Ellos lo hacen: salvan el planeta.
Son la secta moral sobre ruedas. La Lycra Suprema del Bien.
Y ojo, que te graban.
Porque el ciclista moderno no solo pedalea: documenta.
GoPro, altímetro, pulsómetro, dron emocional y sentido de la épica.
Van con más sensores que un Tesla y más ego que un reality show.
Mitad gladiador, mitad mártir, mitad influencer.
Te miran con lástima.
Como si tú, con tu moto, fueras un cavernícola ampliando la huella de carbono, que aún no ha entendido que el futuro viene con mallas, bidón térmico y gafas Oakley.
Pero lo grave no es el postureo.
Lo grave es la falta de respeto disfrazada de derecho.
La falta de empatía.
La falta de humildad.
Porque compartir la vía no es apropiársela.
Y circular en paralelo por carreteras estrechas, sin dejar pasar ni una mosca, no es “hacer uso del espacio público”: es secuestrarlo.
¿Tan difícil es dejar pasar?
¿Tan complicado es no convertirse en un obstáculo ?
¿O es que realmente ya se han creído los dueños del cotarro?
Los reyes a los que rendir pleitiesia o los dioses ante los cuales debes postrarte.
Pero esto no va contra la bici.
Ni contra el ciclismo.
Va contra esa soberbia sobre pedales.
Ese dogmatismo de dos ruedas que confunde respeto con sumisión.
Y convierte cualquier vía en un santuario privado.
Porque compartir la carretera no es ocuparla.
No es bloquear a otros usuarios . No es ignorar a otros conductores.
Y desde luego, no es desfilar como si los demás fuésemos extras secundarios en su película de superación personal.
La carretera era de todos.
Y ahora no lo es.
Es suya.
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