LA ERMITA DE IRAS Y NO VOLVERÁS.

Hoy en día, la fachada de la ermita milenaria de Les Esplugues, en el Mont de Conques sigue siendo un silencioso testimonio del horror vivido en aquella colina. 

Aún habiéndose renovado varias veces después de la contienda, la fachada permanece agruyerada como mudo testimonio de la barbarie vivida por aquellos lares. 


En los primeros meses de 1938, este promontório formó parte del frente de guerra.


El ejército insurrecto acampó y fortificó su posición frente a los búnkers republicanos en Abella, La Posa, Isona y sus alrededores. 


Desvalido y desorganizado, el ejército republicano intentaba recomponerse mientras el general Muñoz Grandes y sus legionarios marroquíes, avanzaban hacia Tremp usando la táctica de tierra quemada. 


Mientras, la Quinta del Biberón aportó carne joven al ejército rojo, que, con más entusiasmo que medios, intentaba ganar terreno. 


Los combates cuerpo a cuerpo, las ráfagas de ametralladoras y la metralla de las granadas tiñeron de bermellón la colina convirtiéndola en un horrible matadero.


Dicen que cambió de manos hasta seis veces. 


Tan hostil fue el terreno que la ermita fue bautizada como "la ermita de iras y no volverás". 


El lugar siempre me ha impactado. 


Recuerdo la fachada llena de agujeros, donde de chavales sacábamos balas a punta de navaja, kilos de metralla, restos de latas de avituallamiento, incluso bombas y cientos de vainas que aún se encuentran en los matorrales o por el camino. 


Esto te hace pensar en la magnitud de la tragedia ocurrida.


Por la noche, una extraña sensación de paz y quietud te invade mientras meditas sentado sobre las piedras ancestrales bajo la bóveda de estrellas. 


Siempre tengo el presentimiento que estoy siendo observado. 

Entre la brisa nocturna y la enigmática danza de la sombra de los árboles tras la luz de luna, algo me mira.

Lo sé . 

Lo siento. 


No estoy solo. 

Se que no lo estoy. 


Incluso he vivido experiencias paranormales en los alrededores, con nebulosas etéreas flotando en el ambiente, algo que no solo yo he visto.


Quizás el dolor, el terror de la masacre, condensados en la esencia de aquellos que partieron de repente de forma brutal sin quererlo ni esperarlo, siguen aferrados al lugar vagando perdidos. 


La ermita de les Esplugues, la de iras y no volverás, es un lugar místico, especial y mágico. 


Allí murieron muchos jóvenes. Muchos sin saber por qué peleaban, cayendo incluso víctimas de las balas de sus propios compañeros durante las escaramuzas nocturnas. 


Fue un lugar estratégico que había que proteger o conquistar a toda costa.


La cota 666, la maldita cota. 


El Apocalipsis 13:18 dice: 


"Sabiduría se requiere aquí. 

El que presuma de sabio, pruebe a descifrar el número de la bestia, que es cifra humana. 

El seiscientos sesenta y seis es la cifra."


Uau. 666.

La cota 666.


Demasiadas coincidencias.

¿Casualidad? ¿Destino? 


No lo se. 

Solo sé que el silencio en la ermita de iras y no volverás, pesa demasiado. 


Demasiado. 


El fin de semana pasado volví a la ermita. 


A plena luz del día, el lugar parecía menos amenazante, pero la tensa quietud seguía pesando demasiado.

En apenas media hora, ya tenía cinco balas, un peine y cuatro pedazos de metralla en las manos. 


Morralla bélica que, por más que pasen los años, la tierra sigue escupiendo.


Pero una de las balas llamó mi atención. 

Estaba destrozada. 

Sin duda, había impactado con algo blindado.

Me detuve y observé el terreno con más atención. 


Los hallazgos se concentraban en ese punto, pero el suelo... el suelo parecía trabajado. 


Un claro en forma de media luna, en un pequeño desnivel, de unos seis metros de diámetro, con vistas directas a la colina y las posiciones republicanas.


Sin duda, allí hubo algo.

Intenté imaginarlo. 


Tal vez un nido de ametralladoras. Tal vez una trinchera. 

Hombres jóvenes, apostados con fusiles, esperando una ofensiva. 

El estruendo de los disparos. El silbido de la metralla. 

El eco de los gritos.


Pero abrí los ojos, y de nuevo el silencio.

El mismo que quedó después del último disparo.

El mismo que cubrió los cuerpos abandonados en la colina.

El mismo que se clavó en quienes sobrevivieron y nunca pudieron olvidar.

Esa tensa calma.

Que no es paz.

Que pesa.

Que sigue aquí.

El silencio de la Cota 666.


El que permanece en la ermita de los que nunca volvieron.


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