LA CORRUPCIÓN EMPIEZA EN CASA.
Vivimos en sociedades donde la corrupción ya no sorprende: solo cambia de color.
Hoy gobiernan unos, mañana otros, pero el resultado parece siempre el mismo.
Escándalos, comisiones, sobresueldos, adjudicaciones opacas…
Tras la Dictadura, todos los gobiernos de la Democracia Española se han visto salpicados por casos de corrupción.
Independientemente del color del partido en la poltrona.
En todo caso se libraría el gobierno de Zapatero, sin casos vinculados directamente.
Y entonces surge la pregunta inevitable:
¿cómo puede ser que todo siga igual, independientemente de quién gobierne?
Es fácil culpar a los políticos.
Pero lo cierto es que ellos no delinquen solos.
Para que exista corrupción a gran escala, hacen falta muchas manos:
empresas que se prestan al juego, bancos que facilitan el desvío de fondos, medios que callan, asesores que diseñan estructuras para robar y, sí, ciudadanos que miran para otro lado o que incluso participan
—aunque sea desde lo más pequeño.
Porque la corrupción no empieza con un gran escándalo, sino con una pequeña cesión: cuando se acepta “un favor”, cuando se justifica una mordida, cuando se vota sin exigir ni cuestionar.
O cuando se dice “todos lo hacen”, como si esa frase bastara para absolver cualquier delito.
Esa es la primera grieta.
Y aquí viene la parte más incómoda: quizá el problema no esté solo en las élites, sino en la sociedad que les permite operar.
Una sociedad que ha normalizado la trampa, el amiguismo, el atajo.
Una cultura que muchas veces no premia al honesto, sino al “vivo”, al que logra esquivar las reglas sin ser atrapado.
Si esto es así, entonces hay que hacerse otra pregunta aún más difícil:
¿Somos íntegros nosotros como para exigir integridad a los demás?
Porque si queremos una sociedad menos corrupta, no basta con cambiar de gobierno.
Hay que revisar también las pequeñas prácticas cotidianas. Desde cómo educamos a nuestros hijos hasta cómo actuamos cuando nadie nos mira
La corrupción no solo se combate con leyes; se combate —sobre todo— con ejemplos.
No todo está perdido.
Hay personas que resisten, que denuncian, que viven con coherencia.
Pero para que esos ejemplos se multipliquen, necesitamos dejar de mirar hacia otro lado y empezar a hacernos cargo.
La corrupción no empieza en el Congreso, ni en los ministerios.
Empieza en cada uno de nosotros.
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