EL CLIC BAJO EL AGUA.
Siempre me han gustado las motos.
Desde niño las vi como un símbolo de libertad.
Una danza perfecta entre cuerpo y máquina.
La velocidad. El viento en la cara. La carretera abierta como un lienzo donde cada curva es una pincelada del alma.
A los 14, mi padre me regaló una pequeña moto amarilla.
Aquella máquina se convirtió en mi primera aliada para sentirme libre, para explorar paisajes por senderos polvorientos.
Y entonces lo entendí: no se trataba solo de rodar. Se trataba de sentir la ruta en cada latido.
Con los años llegaron más motos.
Una. Dos. Ocho.
Y con ellas, los kilómetros.
Las salidas. Las vacaciones. Las rutas . Los colegas. Los desayunos. Las tertulias.
La litúrgia : casco, guantes chaqueta.
Las caídas.
A veces, al apagar el motor, decíamos:
—Hoy iba bien.
He disfrutado.
—Hoy iba rara.
No me he sentido cómodo.
Pero con el tiempo comprendí una verdad brutal: las motos no tienen días buenos ni malos.
Es absurdo pensarlo.
Ellas no tienen alma propia.
O eso creía…
Entonces me hice la pregunta:
¿Y si somos nosotros quienes les provocamos?
Fue ahí cuando llegaron los clics.
El Clic del Agua: Domar el Miedo
El primero fue con la lluvia.
Cada gota era una amenaza. Después de algún que otro susto, su sola presencia me agarrotaba.
Tensión. Ansiedad. Pulso disparado.
Veía una caída en cada sombra mojada, en cada raya blanca.
Una tarde, atrapado en plena autopista, una tormenta me sorprendió sin escapatoria.
Me refugié bajo un puente, temblando.
De frío, sí.
Pero sobre todo… de miedo.
Esperé que amainara.
En vano.
El asfalto se volvió un río.
Más que conducir, debía navegar.
Pero aunque no lo sabía, esa tarde era el dia.
El momento.
Esa galerna, ese diluvio iba a ser mi bautismo.
Mi rencuentro con el verdadero control.
El entierro del miedo. El nacimiento de la esperanza.
Donde el pánico huye porque ya no tiene hueco.
Y el verdadero poder toma las riendas.
El descubrimiento de la verdad.
Y entonces llegó la pregunta que lo cambió todo:
¿Era la moto… o era yo?
Las motos no tiemblan.
No se asustan. Solo responden.
Respiré hondo. Salí del refugio.
Y todo cambió.
Esta vez no iba a dejarme dominar por el pánico.
No luché contra el asfalto: floté sobre él.
Relajé las manos. Dejé de apretar. Empecé a acariciar el manillar.
Miré. Intuí. Conduje con suavidad.
Y llegué empapado, pero sin miedo.
Y en algún momento de aquella humeda tarde, aunque suene fuerte... hasta disfruté.
Comprendí que no se trata de evitar el agua.
Se trata de adaptarse a ella.
No es una cuestión de fuerza, sino de confianza.
Esa misma tarde asuste al miedo que huyó despavorido.
Nunca mas volvió.
No se atreve.
Ya sabe que mando yo.
Ese fue mi primer clic.
El Clic del Control: La Moto No Te Necesita
El segundo clic fue más profundo.
Siempre creí que la moto debía “ir bien” o “ir mal”.
Como si tuviera voluntad propia.
Pero no.
La moto no decide. Solo responde .
Nosotros la condicionamos.
Un día, saliendo a rodar, probé soltar los brazos.
Dejé de sujetar el manillar con fuerza.
Solo lo acompañé.
Y entonces lo sentí.
El cuerpo dirigía la intención. Las piernas abrazaban el depósito. La moto obedecía.
No por fuerza.
Sino por conexión.
Era como montar un corcel salvaje.
No lo fuerzas: lo entiendes.
Comprendí por qué, en muchas caídas, el piloto sale por orejas … pero la moto sigue recta, buscando equilibrio.
Ella no quiere caer.
Solo lo hace cuando pierde tracción, o cuando le imponemos miedo, (condiciones externas aparte).
Imagina empujar una bici desde atrás, sujetándola por el asiento.
Giras sin tocar el manillar. Ella obedece. La dirección responde.
Así también funciona una moto.
El cuerpo guía. La moto sigue.
No la controles: acompáñala.
Después, el gas dibuja la curva.
El manillar no manda: asiste.
Contramanillar, embrague, freno, gas. Todo desde la calma. Sin apretar. Sin dominar. Solo acariciar.
Desde entonces, cada curva es una danza. Cada aceleración, un susurro.
La moto no quiere caerse. Cae por nuestras reacciones. Por esa tensión que rompe la armonía.
Frenar en curva. Gas sobre gravilla. Manos rígidas. Brazos que bloquean lo que la suspensión intenta absorber.
No debes imponer. Debes insinuar. Ella te responde. Tú sigues. Ese es el camino.
Si algún día te descubres luchando contra tu moto, recuerda:
Ella no necesita que la lleves. Solo necesita que no la frenes.
Relájate. Observa. Acaricia el manillar. Confía.
Y entonces descubrirás que nunca fue solo una máquina.
Fue un espejo. Una maestra. Una extensión de tu alma sobre dos ruedas.
Y solo entonces… disfrutarás.
**Otro clic.
Otra pieza del puzzle. Y quizá mañana, otro más.
Porque así funciona esto: Una ruta sin mapa, pero con sentido.
Y tú, ¿cuándo hiciste clic?
#Motociclistas #Mototerapia #PasiónPorLasMotos #VidaSobreDosRuedas
#MotoVida #MotoInspiración #MotociclismoSeguro #MotoTips #MoterosEspaña
#MotociclismoConsciente #MoterosDelAlma #MotoMindset #MotoReflexión
#RidersLife #AmorPorLaMoto #MotoEspiritual #MotoControl
Comentarios
Publicar un comentario