LA ESPADA DE DAMOCLES (DE PLÁSTICO).

Siempre me intrigó la imagen de la espada de Damocles: un premio que cuelga del hilo más fino, sostenido por el miedo a perderlo todo. 

Damocles era un cortesano adulador, que envidiaba la vida del rey Dionisio. 

Este le ofreció su trono por un día, pero colgó una espada sobre su cabeza, sostenida tan solo por un pelo de crin de caballo. 

Pretendía demostrarle que el poder siempre está bajo amenaza.

Una metáfora perfecta para quienes hemos vivido creyendo que todo hay que ganárselo. 

A pulso. 

A base de esfuerzo. 

Con dignidad y cicatrices. 

Porque mi padre me decía : 

“Si demuestras, se te compensará. 

Si te esfuerzas, lo conseguiras.”

Y me lo creí. 

Horas extras, ansiedad con nombre propio, sonrisas bien puestas.

Pero luego, con los años, miras alrededor. 

Y ves tronos heredados, privilegios blindados, medallas sin carrera, enchufes, amiguismo, o teje-manejes de tahúr, pisadas al cuello, zancadillas patadas y hasta velas negras, que también consiguen los mismos privilegios, pero sin ese supuesto esfuerzo. 

Y ahí, la espada… 

No cuelga. No presiona. No amenaza. 

Está guardada en una vitrina. 

Como la guitarra de plástico del Chikilicuatre en Eurovisión: 

brilla, pero no suena.

Y aún sin sonar, llego al quince . 

Que le expliquen esto a la Diva de Melody. 

Hay reglas de juego que no premian al que merece, sino al que tiene que estar. 

Por ejemplo:

¿A quién pondrías de encargado en tu empresa? 

Se sincero:

¿A quien lame los zapatos del amo, o a quien mira por la justicia de sus compañeros? 

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