HE VISTO COSAS...
Descubrí el Mont-rebei pateándolo con mi niña de meses en la mochila portabebés, cual marsupial de dos patas.
Sobre riscos, piedras, y entre paredes verticales de más de 500 metros de caída, haciendo equilibrios por un camino con tramos de apenas metro y medio de ancho.
Aquello era una verdadera aventura.
Hoy la niña tiene 25 años.
Y aquel camino… esta ahora casi asfaltado, con cables antivuelco carteles de bienvenida, con avisos para imbéciles : "cuidado, puede caerse" papeleras cada cien metros y bancos para descansar.
Recuerdo aquel año en el que descubrimos la Reserva del Boumort en que ningún camino estaba señalizado.
Impresionados por los buitres sobrevolándonos, los ciervos y los animales que se nos cruzaban, y el silencio salvaje...
Nos sorprendió la noche tras una impresionante puesta de sol. El cielo se volvió anaranjado, reflejando un incendio en el horizonte.
Dábamos vueltas en círculo. Perdidos.
El 4x4 subía, bajaba, se retorcía. Llevaba un buen copiloto, comida suficiente y los niños dormían.
Después de varias horas conseguimos salir.
Pero esa experiencia… ya nos había cautivado para siempre.
Una verdadera aventura.
Desde aquel año, no pasaban muchos meses sin volver a nuestro santuario.
Necesitábamos esos paisajes, esas puestas de sol, esos animales que parecían reconocer el motor del coche y paraban, a lo lejos, como saludándonos.
Los paseos por el Foradot.
Los baños en aguas frescas.
La cascada con su hidromasaje natural.
Recorrer el riachuelo, apartando la vegetación, nos hacía sentir en el Amazonas.
Hasta llegar, caracoleando, a las dos pozas esmeralda del Barranc de Merea.
La primera vez: impresiona.
Allí, entre paredes de piedra y agua, te sentías pequeño. Solo. Te extasiabas con el sonido del agua. Y te relajabas sumergiéndote.
Nadie.
Meditabas.
Le dabas la mano a la naturaleza.
Le hablabas de tu a tus dioses, y disfrutabas del regreso.
Renacías.
Pero ya nada es igual.
La semana pasada, en el Boumort, una valla bloqueaba nuestra senda favorita. Visitas de pago y concertadas. La brama del ciervo ya es de pago.
El Foradot, el Barranc de Merea y el Mont-rebei parecen la Rambla un sábado por la tarde.
Acabamos con todo.
No apreciamos nada.
Colgamos fotos de cielos y montañas para los “likes”, mientras ensuciamos sus suelos.
Se me humedecen los ojos al ver toallitas colgando de los bojes, latas entre las aliagas y basura en las zarzas.
He llegado a ver una cinta de metro del IKEA ondeando sobre la rama de un roble, y un pedazo de tele de culo tirada en medio de un camino perdido.
La aventura de descubrir sitios nuevos se ha convertido en turismo masivo, vestido a la ultima de Quechua, con el ansia viva de contemplar un renacuajo como si fuera un caimán del Nilo, pero egoísta, sucio, maleducado.
¿ Acaso será tan difícil seguir el dogma que me enseñó mi abuela, de dejar las cosas como te las encuentras ?
Y siento mucha pena.
…y todos esos momentos, se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
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