EL SAUCE YA NO LLORA.
Era tambien primavera.
La templada brisa zarandeaba a la rosa que destacaba entre las zarzas, y danzaba acompasadamente, acompañando a las amapolas entre los trigales, que no querían ser menos.
El perro yacía a la sombra, después de la caminata, aspirando polvo bajo el sol.
Sentados a la sombra, la temperatura era mucho más soportable.
Era casi imposible mantener los pies bajo la fresca agua, más de dos minutos…
La bonita panorámica que surgia ante nosotros, en cinemascope, junto con el sonido del gorgoteo del agua que brotaba sin parar de la fuente y los colores de la primavera eran profundamente evocadores.
El mismo sonido de siempre.
Para él no había pasado el tiempo.
Esa agradable y acompasada música, invitaba a cerrar los ojos y dejarse llevar.
Inspire, y así lo hice.
Y tanto me dejé, que retrocedí más de 50 años.
Me encontré de repente en una de aquellas tardes de verano.
Y escuchaba el chapoteo de varios pares de Victorias, Tórtolas y sandalias de colores, embarradas sobre los charcos de aquella fuente.
El sonido de aquellas bicicletas BHs azules y naranjas cayendo en la hierba, cerca del camino mientras yacían abrazadas y entrelazadas manillares entre radios.
Y sobre aquel charco, se hundían varios pares de rodillas tatuadas con costras de mercromina ( ahora povidona yodada ) con tiritas ondeando al viento a medio pegar, a modo de banderolas testigos de heridas de batallas infantiles que soportaban a chiquillos deseosos de experiencias y de verano.
Era la hora de la merienda.
Mi abuela y la tieta se sentaban en el bancal de piedra.
Los chavales nos apresurábamos a rellenar nuestras cantimploras de plástico de vivos colores con la fresca agua de aquella fuente, mientras las rodeábamos esperando la coca y la limonada caseras que llevaban en las bolsas.
Toda esa escena transcurría bajo la imponente sombra del sauce llorón que nos abrazaba a todos y nos protegía del sofocante calor.
Merendabamos, corríamos jugábamos mientras ellas disfrutaban del rato y hablaban.
Así pasábamos la tarde.
Ha pasado el tiempo. La fuente sigue igual.
El sauce ya no llora.
Yo intento no hacerlo, recordando aquellos momentos.
Éramos felices.
Y quizás no lo sabíamos.
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