FELICIDADES
A veces, pensar en cómo han pasado los años, esos sesenta que ya se fueron, me llena de una ansiedad inexplicable.
Lo rápido que lo han hecho.
Yo me veo a mí mismo, con el envoltorio que el tiempo ha cambiado, pero con el mismo espíritu fuerza y ansia de disfrute por las cosas simples de la vida.
Pasear por la naturaleza, escuchar el mar, bañarme en una charca inhóspita de aguas turquesas, solo acompañado por el sonido del agua y los pájaros.
Sentir el viento en el rostro mientras ando en moto, disfrutar de una buena charla, pasear de la mano y un beso de mi mujer, un abrazo de mis hijos.
Compartir instantes con amigos o la familia.
Contemplar un paisaje desde lo alto, respirar el olor a hierba mojada, perderme en la espesura de un bosque, disfrutar del planeo de una rapaz en el horizonte o el tranquilo pastar de un ciervo en el claro, un finde en mi refugio.
Me pregunto:
¿por qué demonios celebramos los años que ya han pasado y no lo que aún nos queda por vivir?
Deberíamos brindar por lo que viene, por los momentos que aún nos esperan, para disfrutarlos con alegría, con salud, y junto a quienes correspondan.
Aprender del tiempo que dejamos atrás, sí, pero no aferrarnos a él.
Al final, lo que ya ocurrió no aporta nada bueno; es mejor olvidarlo.
Hay que vivir los buenos momentos, estirarlos como un chicle, saborear cada segundo.
Y fomentar esos instantes, buscarlos, incluso crearlos si es necesario.
Y cuando los malos tiempos lleguen, asumirlos, aprender de ellos, y pasar la página lo más rápido posible.
No hay más.
Y si acaso hubiera algo más, realmente no vale la pena prestarle atención.
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