CRÓNICA DE UNA BOTELLA ABANDONADA.
Puedes ver el vaso medio lleno, o medio vacío.
Y las dos apreciaciones seran ciertas.
Pero la segunda opción te causará malestar, desasosiego.
Tu eliges.
En su día, fui una pieza clave para algún caminante urbano. Esbelta. Altiva. Necesaria y útil. Orgullosa de mi existencia.
Me llevaba en su mano mientras el sol apretaba ☀️
Y cuando tuvo sed, me destapó y bebió... solo la mitad.
Pero las prisas, el estrés o el simple olvido hicieron que me dejara ahí, tirada, a medias. Como si la mitad que aún quedaba ya no importara.
Me abandonó en un banco de madera, justo detrás de un contenedor amarillo ♻️
Y ahí me quedé: a la intemperie. Triste. Sola.
Una multitud de gente pasaba frente a mí, sin verme. Jubilados mirando obras. Niños mirando el móvil. Amas de casa revisando el ticket del Mercadona. Nadie me prestaba atención.
Yo, que antes fui imprescindible, ahora yacía postrada, inútil.
El polvo y la mugre empezaron a cubrirme, como si quisieran borrar lo necesaria que una vez fui. Ya no era una botella útil. Simplemente un envase olvidado en el tiempo.
Hasta que un día, dos jóvenes se pararon frente a mí. No eran como los demás.
Me miraban con intensidad, como si yo tuviera algo importante que decirles.
Uno, con el ceño fruncido, me observó con tristeza y, en voz solemne, dijo: "Es una botella medio vacía. Abandonada, sin valor. Un símbolo de lo incompleto"
✍️ Anotó algo en su libreta azul, probablemente diseñando un discurso sobre lo vacío de mi existencia.
El otro, con una sonrisa irónica, replicó: "¿Medio vacía? ¡No, hombre! Está medio llena. Aún tiene agua, aún puede ser útil. Lo que importa no es lo que ha perdido, sino lo que le queda."
✍️ Escribió algo en su bloc rojo.
Y ahí estaba yo. En el centro de un debate filosófico sobre mi verdad. Mientras ambos escribían con fervor, sus gestos llenos de convicción.
Alrededor, incluso se formaron pequeños grupos de seguidores: Unos insistiendo en la vacuidad de mi existencia. Otros celebrando la esperanza de lo que quedaba en mí.
¿Y yo? En medio del debate era el centro de interés más desinteresado del momento. Yo solo quería que alguien tomara una decisión: Que me recogieran, me vaciaran, o me dejaran en el contenedor amarillo.
¡Qué mejor final! Que hicieran algo.
Pero no. Todo se quedó en palabras. Poco a poco, ambos bandos se fueron desvaneciendo, como arena en el océano...
Y yo seguí ahí. Sola.
Cubierta de polvo.
Rodeada de migajas de verdad, picoteadas por un par de palomas ajetreadas que arrullaban a mi alrededor.
Ahora, un problema más se sumaba a mi existencia: Después de tanto debate...
Ya no sabía si estaba medio llena o medio vacía.
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