UN SUEÑO SOBRE RUEDAS.
La carretera
comarcal de asfalto decente zigzagueaba entre la espesa vegetación, filtrando
los rayos del sol de la incipiente primavera que, al atravesar las copas de los
árboles, difuminaba un mosaico de luces y sombras en un arcoíris natural.
A lo lejos,
en lo alto de la colina, la blanca luz se desplegaba cegadora sobre el
horizonte.
Paralelo a
su trazado, un riachuelo atrevido descendía la ladera, quebrándose en pequeños
saltos de agua.
El bronco
rugir del tubo de escape resonaba entre la maleza, amplificándose con cada
cambio de marcha. Mi cuerpo danzaba con la moto, inclinándose a derecha e
izquierda en una sinfonía de incomparable belleza. Era un jinete tratando de
domar su caballo de metal.
De vez en
cuando, alguna ardilla asustada cruzaba de rama en rama sobre mi casco.
La visera
entreabierta se convertía en una ventana al paraíso, una explosión para mis
cinco sentidos.
Mi olfato se embriagaba con la brisa cargada de aromas de romero y tomillo, que
limpiaban mis pulmones del odioso hollín de la rutina. Mis ojos se deleitaban
con la explosión de todos los verdes de la primavera. Mis manos acariciaban con
dulzura el manillar, como si fuera el asta de un toro para entrar con precisión
en el ápice de la curva. Mis oídos eran acariciados por el eco del motor .
¿Y el gusto?
Pues mucho.
Mucho gusto.
No había más
que decir: me encantaba, estaba disfrutando como nunca.
Mi corazón
bombeaba adrenalina. La moto iba sobre raíles. El día era perfecto.
¿Qué más podía pedir?
De repente,
al remontar la colina, algo me hizo estremecer. Atravesé el túnel natural y, al
salir, la intensa luz blanca me cegó por completo.
Un ruido
horrible pero conocido me despertó bruscamente de mi sueño.
Era el
despertador.
Di un brinco
y me fui directo a la ducha. Salí rápido y me vestí aún más rápido. Un templado
cortado fue mi desayuno fugaz.
Estaba
nervioso.
Cogí lo
necesario del armario y bajé al garaje. Allí estaba ella, esperándome.
Arrancó a la
primera.
El día
prometía: el sol barría el inmenso cielo azul celeste.
Era uno de los tipos más felices del mundo en ese preciso momento sobre la faz de la Tierra.
Iba a convertirme en mago porque iba a hacer magia.
Me disponía a convertir mi sueño en realidad.
¿Y, quién puede decir lo mismo?
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