HISTORIAS DE LA PUTA MILI.


 1.EL DESTINO. 

ACADEMIA ESPECIAL MILITAR. 


A. E. M. 

Vivo, me cagué vivo al escuchar mi destino al terminar el CIR en Madrid: Academia Especial Militar. ¡Tela! Cágate, Pedrin. 


El término "Especial" junto al "Militar" no auguraba nada bueno... 

Me esperaba algo fuerte, tipo legión, COE o algo parecido. Estaba acojonado.


Salí de dudas al enterarme. 

Era una Academia en la que ingresaban sargentos para licenciarse como tenientes,al estilo "Oficial y Caballero" patrio, vamos. 

La tropa les hacía el trabajo sucio: administración, guardias, logística, transporte, cocina, etc. Respiré más tranquilo. 

Una vez dentro, tenía claro mi objetivo.


Iban repartiendo destinos según los conocimientos y habilidades de la soldadesca: peluqueros, cocineros, personal sanitario, conductores... 

Siempre me habían dicho que uno de los mejores destinos eran las oficinas.


Llegó el día:


- ¿Quién sabe escribir a máquina? -preguntó el brigada.

- Que levante la mano.

- Haremos pruebas para oficinas.


Como un resorte, levanté el brazo raudo y veloz sin pensarlo dos veces. Era el primer paso.


Nos convocaron para la prueba en una de las naves que servían de aulas para los oficiales. El día en cuestión, después del desayuno, pasamos a la sala y cada uno de nosotros se sentó en una silla endeble de fórmica gris y patas negras frente a una mesa a juego, en la cual había unos folios DIN A4 y una Lettera 32. Después del alboroto y ruido de sillas y mesas, llegó la calma. En los extremos de la sala, unos soldados observaban y ordenaban. El brigada subió a la tarima y nos llamó al orden pidiéndonos silencio y atención. 


2.EL BRIGADA. 

Una figura imponente. 


Era un tipo enjuto, mulato y hosco de rostro y perfil aguilucho, con coronilla incipiente. Lucía perilla estilo Van Dyck, negra azabache, gitano valenciano de voz seca, profunda y áspera, barriga prieta y cervecera, de anchos hombros y cortas piernas, que imponía respeto. En sus ratos libres hacía de mago, actuaba en las fiestas de la academia. Nos explicó brevemente en qué consistiría la prueba. Nos recitaría un extracto de El Quijote. Teníamos que escribirlo a máquina en la hoja. Él se fijaría en los más rápidos o con mejores dotes para definir a aquellos que disfrutarían de las vacantes disponibles. Una vez quedó todo claro, comenzó la prueba. Algo nervioso, pero estaba en el baile y tenía que bailar.


Seríamos, calculé, unos cincuenta aspirantes para escasamente menos de diez plazas. Difícil.


- Colocar la hoja, dijo.

Ruidos, carros de la máquina posicionando la cuartilla, toses nerviosas, sillas que chirriaban en el pavimento de terrazo... alboroto.

- Silencio, gritó.

- Empezamos.


3.LA PRUEBA. 

A teclear con dos dedos. 


"No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de eructar delante de nadie”.


Y mientras dictaba, le acompañaban sonidos de carros que posicionaban las hojas, timbres de final de línea, clacs de las teclas, retrocesos.


Teníamos una cuartilla con el texto sobre la mesa, por si nos perdíamos. Había verdaderos maestros, virtuosos del teclado que dejarían a Richard Clayderman a la altura del betún. Sus toques semejaban ráfagas de AK-47. Usaban todos los dedos de ambas manos, sin ni siquiera mirar el teclado y con rictus de cirujano. Impresionante. Ciertamente, lo tenía jodido.


Fue terminando la bulla. Mientras yo seguía a mi ritmo absorto, concentrado, mordiéndome la comisura de los labios, mientras mis índices ambidiestros aporreaban sin piedad la pobre Lettera. Acercando la cuartilla para repasar el texto, ya que el profe hacía media hora que había terminado, y los últimos candidatos, escasamente cinco minutos. Creo que fui el último en acabar la prueba. Noté que todos me observaban en silencio. El ruido de las teclas retumbaba su eco entre las paredes de gotelé de la inmensa sala. De pronto, noté una presencia detrás de mí. Mientras terminaba, orgulloso de teclear mi última palabra, esbocé un suspiro de satisfacción. Tras mi hombro, me llegó un aliento fetido, mezcla de Ducados y veterano, junto a un suspiro tenebroso, estilo Darth Vader. Un toque sutil de unos dedos en mi paletilla hicieron que me girara. Y allí estaba. Observándome con el rostro serio, junto con el resto del aula. Su silueta en escorzo se perfilaba amenazante sobre mí, frente a los ventanales de la sala que irradiaban la inmensa claridad del soleado día. Tras su último suspiro de señor oscuro, espetó, con su voz engolada:


- ¡Pedí gente que supiera escribir a máquina!


Escuché comentarios y sonrisas de los presentes. Sin pensarlo demasiado, le respondí:


- Sí, señor. Pero no dijo lo rápido que debían hacerlo.


- Yo escribo... pero con estos dos dedos...


Le dije sonriendo, mientras levantaba, orgulloso, mis dos índices al aire.


Tras unos eternos segundos, mientras me atravesaba el rostro con su amenazante mirada, cerré los ojos, tensé la nuca y bajé ligeramente el mentón, como un borrego en el desolladero, esperando una potente, seca y sonora colleja con la mano abierta, al estilo Bud Spencer, que me hiciera bajar a la cruda realidad tras mi osadía.


Pero las risas de los presentes se elevaron de tono y calmaron la presión, mientras su rostro se destensaba y relajaba su mandíbula. Tras su enésimo suspiro sith y unas palmaditas en el hombro, me dijo al oído con su profunda voz:


- Muy bien. Tranquilo, López, que ya aprenderás...


Volvió, sin quererlo, a chutarme una dosis de Ducados y veterano.


Y así terminó la prueba.


4. EL DESENLACE. 

Objetivo cumplido. 


Pasaron unos días hasta que los resultados de los aprobados y sus destinos se colgaron en el tablón de anuncios. Con sorpresa comprobé que había sido elegido para uno de los mejores destinos de oficinas: Auxiliaría. No podía creerlo. ¡Lo había conseguido!


Allí se realizaban, cada mes, los balances y presupuestos de la Academia. El mejor era el despacho del Teniente Coronel, que le había tocado a un enchufado hijo de un Capitán.


Pero, ¿cómo podía ser?

Coincidí más adelante con el Brigada que estaba en la misma planta de oficinas que yo. Se interesó por mí, me preguntó cómo iba y me dijo que me eligió por mi valentía y atrevimiento.

Se lo agradecí. Tenía razón.

A las pocas semanas, mis dedos acariciaban las teclas de la Lettera a velocidades supersónicas, sin mirar el teclado y sin suspirar.


Ciertamente, esa vez, el Brigada también hizo magia.


Mi siguiente objetivo lo tenía claro: hacerme cabo! 

Y también lo conseguí, pero esto, forma parte de otra historia. 


Seguro que también tenéis un montón de historias. 

¿Os ha gustado esta? 


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