CAPÍTULO 3. LA DESPEDIDA.
Costo decidirnos.
Costó.
No me parecía ético acompañar a una mascota a morir con sedantes e inyecciones.
Me negaba.
Y así, durante mucho tiempo, asistimos compungidos a tu decadencia.
Ni comías ni bebías. Las costillas se te podían contar. Dabas un paso y te costaba mantenerte en pie.
No. Así no.
Pero aguantábamos.
El hecho de todavía poder mirarte, sentirte, acariciarte, superaba la fatiga de verte así.
Y seguíamos intentándolo, aferrándonos a una mejora que no llegaba o a un milagro que no venía.
Un día y otro.
Pero no.
Y un día, al fin, nos decidimos.
¿Acaso eso era vida?
Ni para ti ni para nosotros.
Nos enseñan a agarrarnos a la vida, y a veces el verdadero amor es dejar partir.
Hacía tiempo que no eras, que no estabas. Habías tirado la toalla.
La decadencia fue demasiado rápida. Pasaste de correr, saltar y airear tu porte esbelto por el barrio —nadie daba crédito a tus casi dieciocho años— a arrastrarte como un alma en pena en cuestión de pocos días.
Pero ya no. No.
Nos aferramos a algo que ya no está.
Y sigues.
Pero no comes, no bebes. Te tambaleas, pero aguantas.
Tu mirada no es la misma, aunque todavía se adivina lo que fue. Aún te queda un mínimo aliento.
Y sigues.
Te damos de beber. Te cambiamos la comida una y otra vez. Te damos papilla, agua… pero no cooperas. No mejoras.
Te da igual.
Y al final hemos comprendido que es egoísmo.
Lo que queremos es aguantarte como sea, escuchar tus pasos sobre el parqué, seguir mirándote, abrazarte … cuando lo cierto es que ya no estás.
Basta.
Hemos entendido que hace tiempo que te fuiste, aunque sigas aquí.
Ya no corres tras la pelota.
Ya no ladras cuando me voy.
Ya no miras cuando te llamo.
Ya no lloras cuando no estoy.
Y prefiero… prefiero mil veces recordarte como eras.
Las miles de anécdotas desde que nos rescatamos mutuamente en la protectora.
Porque aquel día nosotros te vimos… pero fuiste tú quien nos eligió.
Y por eso te damos las gracias.
Se acabó.
Han sido más de doce maravillosos años que siempre recordaremos.
Y prefiero recordarte como fuiste a verte como estás.
Esta tarde era la cita.
Un ápice de esperanza nos seguía rondando.
¿Y si remonta?
¿Y si mejora?
¿Y si solo es un virus?
Y si… y si…
Pero no.
Hasta el día llora.
Llueve.
Gris.
Triste.
El diagnóstico del veterinario fue el menos deseado.
Duro. Cruel.
Injusto, pero cierto.
Hace días que nos despedimos de ti, pocas lágrimas quedaban dentro, por eso solo fue acompañarte en el adiós.
Entendímos que era tu momento. Así nos lo hiciste saber.
En anteriores visitas te agarrabas a nosotros y nos mirabas buscando consuelo en cuanto entrabas en el veterinario.
Pero ese día no fue así.
Incluso cuando nos pidieron salir de la habitación, ni te inmutaste.
Seguiste tranquilo, tumbado en la mesa.
Esa fue tu verdadera despedida.
Tu adiós.
Esta tarde salimos de casa contigo y volvimos sin ti.
O eso creía.
Era mentira.
No.
Es curioso.
Salimos llorando y volvimos sonriendo.
Lo cierto es que ese día salimos de casa ya sin ti y, cuando regresamos, formabas parte de nosotros.
La verdad es que no te hemos perdido.
Te hemos ganado para siempre.
Buen viaje, amigo.
Vuela alto.
Gracias por todo lo que nos enseñaste.
Compañía.
Lealtad.
Apoyo.
Amor.
Quiero pensar que te vas tranquilo y orgulloso de habernos conocido.
Nunca te olvidaremos, Rex.
#DespedidaConAmor #RexSiempreConNosotros #ElAdiósDeUnAmigo #AmorAnimal #LealtadIncondicional #AdiósPerro #GratitudEterna #RecuerdosDeUnAmigo #VuelaAltoRex #CicloDeLaVida
Comentarios
Publicar un comentario