CAPÍTULO 2. REX, UN SER DE LUZ.

COINCIDENCIAS QUE NO SON CASUALIDAD. 

Recuerdo que, poco después de adoptarlo, fuimos a pasear. Bajamos hasta la Sagrada Familia. Siempre seguíamos una trayectoria más o menos recta desde casa. 

En aquel tiempo, el amigo estaba pletórico.

Marcaba el rumbo delante, tirando con fuerza de la correa, oliendo las esquinas y saludando a todos los chuchos que se encontraba, como queriendo manifestar lo contento que estaba. 

Lo cierto es que era difícil que nadie se fijara en él o le dijera algo. Era un bicho muy simpático y llamaba la atención su porte y su cola enroscada.


Aquel día, tiramos por un camino algo distinto al habitual. 


Íbamos serpenteando en diagonal hasta el destino. 

En cierto modo, era él el que iba marcando el camino. 

¿Qué más daba? No teníamos prisa y el día era precioso.


Estábamos parados en un paso de peatones. 

Enfrente, una chica con pinta de estudiante esperaba mirando la pantalla del móvil, bandolera al hombro. 

Se puso el semáforo en verde y caminamos por el paso de cebra. La chica hizo lo mismo.


Cuando faltaban escasos metros para cruzarnos, levantó la mirada y exclamó:

—¿Rex?

El chucho, al oír su nombre, levantó la cabeza y pareció reconocerla, se acerco a olisquear, y dando saltos frente a ella demostró que la conocía. 


—¿No lo habéis adoptado en la Protectora del Tibidabo, por casualidad? —dijo, sorprendida—. ¡Qué bonito que está…!


Isa y yo nos miramos, alucinando. 

Asentímos los dos. Obviamente se ha Ian conocido.

¿Como era posible?


El semáforo lucía ámbar, así que retrocedimos mientras la chica nos seguía. 


Al llegar de nuevo a la acera, se agachó a la altura de Rex y le acarició. 

Él respondió agradecido, apoyando las patas delanteras sobre sus rodillas.


—¿Come bien? —preguntó con ternura—. 

Yo fui monitora en la Protectora y lo sacaba a pasear y le daba de comer. Era muy puñetero para eso… 

Qué guapo y contento que está.


Nos felicito y nos despedimos.


Algunos dirán que fue casualidad. Que lo que hizo que nos encontráramos con esa chica, justo en ese espacio-tiempo, fue una simple coincidencia. 


Pero, un solo titubeo, una demora o un cambio de trayectoria hubiera hecho que ni siquiera nos viésemos. 

Barcelona es muy grande y, sin embargo, nos encontramos en ese preciso instante.


Mi perro era especial. 

Era un ser de luz.


Otro día, en una excursión por Olot, íbamos a ver un torreón. 


Por el camino nos cruzamos con una familia. Delante iban unos críos correteando. 

Como siempre, Rex iba el primero de la fila .


Al cruzarse con los niños, estos se detuvieron y se giraron hacia los mayores, gritando:

—¡Mira, mamá! ¡Como el Rex! ¡El que devolvimos…!


Seguimos andando. 

Isa y yo nos miramos y volvimos a flipar. 

En la Protectora nos dijeron que el perro venía de la provincia de Girona!

Otra casualidad.


Es que mi perro era un ser de luz.

Peludo, pero de luz.


Barcelona tiene más de un millón y medio de habitantes. 

¿Cuáles eran las probabilidades de cruzarnos con alguien que lo había cuidado? 

¿Y que luego, a kilómetros de distancia, otra familia lo reconociera? 


No sé si era magia, destino o simple casualidad, pero Rex tenía una forma extraña de recordarnos que él no era un perro cualquiera.


No dejó su huella solo en el camino que recorrió , también en nuestros corazones. 


Vuela alto, Rex. 


Siempre te recordaremos. 


Porque hay seres que después de partir, siguen iluminando el mundo que dejaron atrás.


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